Toda persona que me conoce sabe que soy un despiste andante.
De hecho, a pesar de haber vaticinado la causa de mi muerte en anteriores
relatos, la realidad es que voy a morir de Alzheimer o de algún primo hermano
suyo. Todos, alguna que otra vez, hemos buscado las gafas de sol cuando las
teníamos puestas, o hemos apuntado al televisor sacudiendo el teléfono móvil en
la mano con la firme intención de cambiar de canal. Pero lo mío es más grave.