martes, 29 de julio de 2014

Carta a una ¿Maestra?

Estimada Verónica,

No tengo el gusto de conocerla personalmente, pero he sabido de usted gracias a algunas de las madres de los alumnos de la escuela en la que ejerce su profesión, y no he tenido más remedio que dirigirle una líneas. Espero que le resulten de alguna utilidad.
Un paisano mío, que derrocha sabiduría popular y sentido común, dice que las profesiones más vocacionales del mundo son: la medicina, la docencia y la política. Las tres tienen como principales objetivos el servicio público, el hacer algo por los demás, el atender al prójimo, así sea en sus carencias físicas, culturales o de infraestructura y recursos. Creo que estará de acuerdo conmigo en que, tanto en su país como en el mío, la política está desvirtuada, corrompida por hombres sedientos de poder y posición, cuya única misión en el cargo parece ser exprimirlo y alargarlo en el tiempo. Se nos cae uno de los principales pilares de la sociedad, ni modo. La clase política ha pasado a ser la menos fiable de las clases, y aún así ciudadanos y ciudadanas de bien, nos vemos obligados a ejercer el derecho y el deber del voto, cruzando los dedos, conocedores de que la única capacidad de elección está en qué color debe tener el grupo ejecutivo que queremos que nos estafe. Triste realidad la nuestra.
No sé si el poder corrompe a los hombres, o son estos los que corrompen el poder, pero me parece una discusión muy semejante a la de ¿Qué fue antes la gallina o el huevo? Nuestras democracias, Señora mía, no son más que enormes prostíbulos, en los que el acceso a los bienes y los recursos se negocian, en ciegos y enormes lobbies que han perdido cualquier contacto con la realidad que nos rodea. Pero no seamos pesimistas, aún nos queda la medicina y la educación.
No pasa ni un sólo día sin que alguien cercano a nosotros haya disfrutado de una grata experiencia con los profesionales de la sanidad. El otro día fui testigo de un nuevo milagro: la vida, la de Inés en mi caso, pero ¿Cuántas criaturas llegan diariamente al mundo bajo la firme guía de los profesionales de la medicina? No tengo palabras para expresar mi admiración por este colectivo, cuando la disfunción, la enfermedad, o incluso la muerte nos acechan, ponen toda su sapiencia y su buen hacer al servicio de la vida.
No obstante, y a pesar de todo lo dicho anteriormente, si hay un colectivo que me toca la fibra sensible, que me pone los pelos de punta y al que por muchas cartas individualizadas o colectivas que escriba, jamás terminaré de expresar mi agradecimiento, es a los maestros. Por mi vida, al igual que por la suya han pasado numerosas personas, pero sólo algunas me han dejado huella, me han enseñado, no sólo lecciones de matemáticas o lenguas sino lecciones de vida. Si hago un ejercicio de memoria, elimino a la familia y a los amigos, descubro con gratitud y sorpresa que casi todas han sido o son maestros. Recuerdo a Isabel de infantil, a Manolo de primaria, a Felipe, profesor de filosofía enseñándome a descubrir que la realidad no es una, ni viene dada sino que es nuestra propia creación. Recuerdo a Antonia. Nunca nadie me contó cuentos tan apasionantes, sólo que ella me hablaba de la revolución francesa, de la edad moderna y del papel de las mujeres, tantas veces olvidadas, en la historia de la humanidad. A Karen que guió mis inquietudes feministas por un camino práctico, de construcción de significados, de replanteamientos de discursos ya dados. A Sánchez Barranco, a Carmen de psicopatología y a tantos y tantos otros que llenaron mi cabeza de respuestas y nuevas preguntas a partes iguales. Pero no la mareo más contándole mi vida ¿Sabe usted lo que es un maestro?
Según la siempre objetiva Real Academia de la Lengua Española se dice de una persona o una obra de mérito relevante. ¿Podría aplicarse el calificativo?
Soy mamá, igual que usted, y para mis hijos no hay nadie más guapa, más trabajadora, más fuerte, más divertida, y mejor que yo. Así son ellos, mamacéntricos, sus mundos giran alrededor de nosotras, las cosas no son agradables o desagradables, son como se las mostramos a ellos. Pero para mis dos hijos yo no soy la más lista, ni siquiera lo es su padre. Para Alejandro es su “seño” María José, y para Marco, su “seño” Lourdes. ¿Se da usted cuenta de la gravedad de la comparación? Yo, que he dedicado cada minuto de sus vidas a guiarlos y enseñarlos, he sido cruelmente desbancada por dos desconocidas. Pero ¿Qué han hecho ellas que no haya hecho yo? Se lo voy a contar. Ellas pensaron que las mentes de mis hijos y las de su compañeritos, no podían limitarse a pegar bolas de papel de colores en una hoja. Ellas pensaron que el desarrollo de la psicomotricidad fina era muy importante, pero que lo era aún más desarrollar el gusto por el conocimiento, ya sabe, el objetivo máximo de la educación: aprender a aprender. Ellas dieron respuestas de adultos a preguntas de adultos, aunque fueran realizadas por niños de 4 años. Ellas les enseñaron, los grandes artistas de la pintura, las etapas de la prehistoria, la edad media, los bomberos, los monstruos, y resolvieron sus dudas cuando las tenía, y se agacharon para atenderlos cuando los niños querían ser escuchados. Pero también aprendieron otra cosa: mis hijos aprendieron el respeto ¿Sabe usted cómo se lo enseñaron? Pues se lo digo, con el ejemplo. Ya sabe usted que la palabra educa, pero que el ejemplo arrastra.
¿Qué hubieran aprendido mis hijos si cuando se portaban mal los hubieran puesto a fregar el cuarto de baño? ¿Qué aprenderían los suyos si eso lo hiciera su maestra? Se lo digo: odio, rencor, humillación, dominación, todas ellas sin duda actitudes muy constructivas ¿No cree?¿Le parece razonable que niños de cinco, seis, siete o incluso más años limpien los restos de orines? ¿No es eso abusivo? Yo lo denuncio.
En la primera reunión que se hace a principio de curso, a las mamás y papás que asistimos se nos informó debidamente de los objetivos educativos para ese año escolar, así como de los métodos pedagógicos que se iban a poner en marcha. También se nos dijo que se realizarían una serie de colectas, y de recogidas de alimentos destinadas a diversos colectivos mucho más necesitados que nuestros hijos. Por lo que he sabido, es práctica habitual también en México. Mis amigas de aquí me comentan cómo en las escuelas, con motivo de celebraciones religiosas se reparten rifas entre las mamás con alguna noble función, que por supuesto SIEMPRE, repito SIEMPRE, conocen. ¿Saben las madres de sus alumnos a qué destina usted el dinero de las rifas? Sé que se lo han preguntado en más de una ocasión ¿Les ha contestado, o su prepotencia como Señora leída e instruida que se cree que es, y dueña de un cortijo particular llamado escuela pública se lo ha impedido?
Pero en la primera reunión usted informó de algo más ¿Verdad? Había que traerla y llevarla desde su casa a la escuela o en su defecto pagar el importe del autobús o camión si querían que usted cumpliera con su deber. El segmento de la población con el que trabaja es muy humilde, apenas tiene recursos, a menudo los niños van a la escuela con ropa usada, remendada y vieja, pero aún así usted ocupa la lana para venir a hacer su trabajo, necesita ese dinero. ¿Viene reflejada esa información en su contrato de trabajo, en el convenio colectivo de referencia o en el estatuto de los trabajadores? Porque si no es así estaríamos hablando de extorsión, mordida, corrupción, abuso de poder, etc.
Lo peor del caso, Señora mía, es que esta aportación no era voluntaria, sino que tuvo la desfachatez de supeditar los resultados académicos de los niños a la opacidad de las rifas y la claridad del soborno ¡Qué triste que se quiera hacer llamar maestra!
Pero nada importa si vemos que nuestros hijos van al colegio contentos y regresan llenos de conocimientos, deseosos de volver al día siguiente ¿Es este su caso? Entre los objetivos académicos creo saber que tiene también la alfabetización informática, o lo que es lo mismo, acercar al alumnado al uso de las nuevas tecnologías. ¿Lo hace? ¿O la que se acerca a este uso tan peligrosamente que parece estar abandonando sus funciones como docente es usted? Ya sabe cómo son los niños, transparentes, y todo lo cuentan. Les pone tareas que el alumnado tiene que leer en un libro, resolver con el libro y corregir con el libro, mientras se dedica a alimentar sus redes sociales con el ordenador ¡Qué barbaridad! No deja de sorprenderme el ejemplo al que arrastra a su grupo clase. Pero cuenta con el amparo de la falta de recursos de las madres, no saben dónde dirigirse, ni con quién tienen que hablar, y lo que es peor: tienen miedo de que tome represalias más duras y les expulse a sus hijos de la escuela. ¡Qué satisfacción la suya, tanto poder para una maestrucha de tres al cuarto!
Definitivamente la palabra maestra le queda muy grande, enorme, diría yo, pero tengo un par de ellas que le vienen como anillo al dedo:
Corrupta: Que se deja o se ha dejado sobornar, pervertir o viciar.
Extorsionista: Persona que amenaza de pública difamación o daño que se hace contra alguien con el fin de obtener dinero u otro provecho. Que presiona, mediante amenazas, sobre alguien para obligarle a obrar en determinado sentido.
Maltratadora: Dícese de la persona que trata mal a alguien de palabra o de obra, que menoscaba, que echa a perder.
¿Cree que encaja en alguna definición? Si no es así, no se preocupe, la Real Academia Española de la lengua ofrece un sinfín de sinónimos con los que se sentirá cómoda.
Para ser maestro hace falta, conocimiento, vocación, tolerancia, respeto, don de palabra, humanidad, saber transmitir, pero también escuchar, descubrir cuál es la estrategia de aprendizaje de cada uno de nuestros alumnos, pero también tener disposición para aprender, pues los niños también nos enseñan cada día. Son nobles, sencillos, maleables, afectuosos, empáticos... podría usted aprender mucho de ellos.
Nuestra alegría: que se va de la escuelita. Nuestra tristeza: que derrochará usted necedad, prepotencia y soberbia con otros niños.
Pero errar es de humanos, y rectificar de sabios, así que Señora mía, nunca es tarde para hacerse merecedora de su título. Mire a su alrededor, encontrará verdaderas perlas de la enseñanza a las que seguir con el ejemplo. Afortunadamente usted es la excepción, no la norma.
Desde aquí mis más sinceras enhorabuenas a todos aquellos maestras y maestras que se dedican a la enseñanza con el corazón y la cabeza. Sois el motor de las nuevas generaciones, muchas felicidades por una excelente labor docente a: Mª José Romero, Lourdes, Elisa Ruz, Inma, Mª José Casín, Toñi, Carolina, Maribel, Ana Laura, Mª Carmen Benítez, Silvia, Gloria, Paulina, Pascual, Daniel Holgado, Juan Pedro... y a todos aquellos compañeros que no nombro, pero que tampoco olvido. Gracias.