Este fue durante un largo periodo de tiempo el eslogan de
la compañía aérea española por excelencia. Nada más lejos de la realidad.
El pasado día nueve de enero volé de México DF a Sevilla,
con escala en Madrid. Una serie de circunstancias: yo no tenía candado, mi
suegra no tenía plástico de envolver maletas, en el aeropuerto no tenían las
bridas necesarias para asegurar las cremalleras, etc. Hicieron que mi equipaje
volara sin haber extremado las medidas de seguridad. Le trasmito mi
preocupación al señor
que me facturó el equipaje en el país azteca-
que me facturó el equipaje en el país azteca-
-Oiga, y cómo es que no disponen de bridas ¿No tiene nada
para evitar que me abran mi maleta?-
El pobre hombre me mira con complacencia, ajeno al destino
de mis enseres personales –No se preocupe, Señora, sólo perdemos de vista las
maletas durante cinco minutos escasos. Además a excepción del momento en el que
se cargan en la bodega, el resto del tiempo, están permanentemente vigiladas
con cámaras de seguridad. Así que estese tranquila.-
-Gracias, muy amable- Eso contesté, pero si lo llego a
saber, mi respuesta hubiera sido parafraseando a Camilo José Cela -¡Y una
mierda!- La ignorancia da la felicidad-
Cuando llego a mi ciudad, después de más de veinte horas
de deambular por aviones, aeropuertos, terminales, acompañadas de mis dos
hijos, algo pasa rápidamente por la periferia de mis ojos: unos hilos salidos
de la maleta. No presto atención y vuelvo a mi casa.
Deshago el primer bulto, y nada. Deshago el segundo y
tampoco, y en cuanto agarro el tercero, me doy cuenta de que el bolsillo
exterior está completamente desgarrado.
-Hijos de p…-Pienso - ¿Para qué c… tanto rollo con que
nos ajustemos a la ridícula cantidad de veintitrés kilogramos por bulto, si
ellos van a seguir cargándose tu equipaje? Si lo tuvieran que pagar ellos, no
se rompía ninguna-
Lo mejor del caso es que mi maleta no la compré en ningún
puesto callejero, que es Samsonite, es decir, ¡Que hay que tener muy mala leche
para romper una cosa de esas! Pero la mayor de las sorpresas me esperaba
dentro. Nada más abrirla me doy cuenta.
-Papá, me han robado- Sentencio.
-Pero ¿Cómo lo sabes si acabas de abrirla?-
-Lo sé, porque lo siento-
El cargador del ordenador había desaparecido. Pero eso no
era lo peor, el neceser de mis complementos estaba abierto. Cerca había dos
bolsas que debieran haber estado dentro: una con mis complementos dorados (que
no de oro), otra con los bronce… Socorro, ya estaba mascando la tragedia ¿Y la
bolsa de los complementos de plata (que no plateados) en la que además estaban
mis argollas de oro, y otras cositas de valor? Missing.
El calor se me empieza a subir de los pies a la cabeza, y
a bajar de la cabeza a los pies. Mi padre, que continúa a mi lado, interviene
–Es que se lo has puesto fácil-
Mi sangre, alcanza en ese momento el punto de ebullición
¿Cómo que se lo he puesto fácil? Entonces… ¿Toda aquella persona que deje en
manos de “una empresa” y “unos profesionales” algo de valor está expuesta a que
se lo roben? Me contesto sola, pues sí, si no que le pregunten a los
ahorradores de Bankia.
¡No me lo puedo creer! ¿En qué clase de sucio mundo
vivimos? Me intento tranquilizar, no pasa nada, iré a la policía, pondré una
denuncia y luego haré la reclamación en Iberia, que son muy amables.
El oficial que me toca es como yo, un iluso optimista que
me pide que no me preocupe. Me hace describir todas y cada una de las joyas que
me han robado. Las voy pintando en un papel para que no se me olviden ninguna.
Después de más de una hora dentro, el botín queda valorado en 930 € en el
atestado número 363/13.
Me voy a Iberia con la copia de mi denuncia, mi maleta
desgarrada y tranquila, pues he elegido amabilidad, he elegido Iberia. Dos
hombres y una mujer eran mis interlocutores. Les cuento lo del robo, y lo del
desgarro.
-¿Y cómo no se dio cuenta antes?- Me pregunta la
muchacha.
En una actuación maestra, levanto mi maleta, ya vacía, y
la giro. La muchacha me mira extrañada y me dice -¿Y dónde está el roto?-
-Aquí- Contesto tirando del bolsillo. –Como usted verá,
no se ve a simple vista, por eso no me di cuenta hasta que no la deshice-
-Sí, claro- Me contestaban complacientes, satisfechos por
la cara de imbécil que se me estaba quedando.
-Pues mire, nada más rellene usted esta reclamación,
indique el número de atestado de la policía y luego llama a esta número, y pide
una dirección de mail para mandar la denuncia-
-Gracias ¡Qué amables!- ¡Como en el anuncio! Pienso.
Al final del impreso hay un apartado que pone SOLICITO…
-Oiga – Me asaltan las dudas- ¿Qué pongo aquí?-
-Lo que quiera – Me contesta sonriendo cínicamente la
muchacha mientras piensa –Total, ponga lo que ponga no le van a hacer caso-
-Gracias- y escribo “que me devuelvan lo robado y me
arreglen mi maleta”.
Me despido y me voy para mi casa, pensando que he sido un
poco tonta, porque en vez de pedir que me cosan la maleta, debería haber solicitado
una nueva, ya que ELLOS me la han roto, pero no importa.
Esta mañana, nada más dejar a los niños en el colegio, me
he dispuesto a completar los trámites necesarios para que me devuelvan la
dignidad, pues cuando te roban, no sólo te quitan bienes, sino que también se
llevan un poco de la confianza en el sistema, del sentido de protección, del
concepto tan alto que nos merece la justicia. Afortunadamente pata todo hay
solución ¿O no?
Después de media hora sonando mensajes grabados y
canciones rallantes:
-Centro de Atención de Equipajes de Iberia, buenos días,
le atiende Roborta ¿En qué puedo ayudarle?- Contesta una mujer con marcado acento cotoniano.
-¡Qué amables!- Pienso, y me dispongo a relatar mi
Odisea. Pero a los dos segundos, Roborta, ya me ha interrumpido pisándome la
palabra.
-Dígame el número de incidencia-
-¿Qué?-
-Son cinco letras y cinco números-
-Oiga, esto no tiene letras, sólo números-
-¿Es una hoja de reclamaciones?-
-Sí- Contesto rindiéndome ante la evidencia.
-¿No la rellenó usted en el momento de la llegada?-
-Pues no, oiga. Resulta que, extrañamente, me di cuenta
de que me habían robado en la maleta cuando la abrí ¡Qué cosas! ¿No?-
-Entonces no me haga perder el tiempo. Iberia no tiene
ninguna responsabilidad si usted no se da cuenta en el propio aeropuerto-
-¿Cómo?-
Me contesta con la soberbia de quien piensa que su
interlocutora, o sea yo misma, es retrasada mental sin remedio –Que no nos
hacemos responsables, Señora-
-Entonces. ¿Ni siquiera van a mirar las cámaras de
vigilancia para ver quién me robó?- ¡El Policía me dijo que tenían que hacerlo,
por Ley!
-Pues no-
Pero… ¿Se puede ser más estúpida, más necia, más
desagradable, más sangrona y más antipática? ¿Dormirá tranquila la prepotente? ¿Cómo
se supone que debo darme cuenta que me han robado, sin deshacer las maletas?
¿Me darán opción la próxima vez, de cargar yo misma todas mis pertenencias para
asegurarme, de esta forma, de que estén protegidas? ¿Dispone Iberia de unos
dispositivos infrarrojos que vende a incautas como yo, y que sirvan para ver el
contenido del equipaje sin abrirlo? O ¿Debería haberme apuntado a un curso de
percepción extrasensorial para percibir la ausencia mucho antes incluso de
verla? Necesito respuestas a tantas preguntas.
Pero no me dejo cegar por la ira, Roborta no es más que
uno de los eslabones de esas superempresas que el gobierno protege a costa de
dejar desamparado al usuario. Ella no es más que una cómplice de hurto que
sigue instrucciones de alguien, que tiene un ejército de abogados dispuestos a
denunciar a cualquier perro que le ladre.
Más de una vez y de dos, he escuchado noticias en la
televisión que hablan de los apuros económicos por los que pasa la compañía.
Todo esto sumado a la crisis europea y española, y a que cada vez somos menos
quienes nos podemos permitir volar, hace que la compañía esté pasando por
verdaderas estrecheces, pero yo tengo una idea.
Señores de Iberia,
¿Qué les parecería la idea de sisar, ratear, saquear
cualquier objeto de valor en todas aquellas maletas que no hayan extremado las
precauciones? Al fin y al cabo, el respeto por la propiedad privada entre
algunos de sus trabajadores brilla por su ausencia, y desde luego, ustedes no
están dispuestos a proteger la integridad de su clientela, que curiosamente es
la que les da de comer.
Pues lo dicho, sustraigan, escamoteen, rapiñen todo
aquello que les venga en gana de los equipajes ajenos. Luego pueden montar
grandes superficies de venta de segunda mano. Además nos pueden informar a las
víctimas para que volvamos a adquirir nuestras cosas por un módico precio, y de
esta forma, todo queda en casa, se acaba la crisis para ustedes, y nosotros,
recuperamos nuestros recuerdos, regalos, obsequios, etc.
Aunque pensándolo bien, igual a ustedes ya se le había
ocurrido antes ¿No? Como son tan listos y tan amables… ¡Tendrán muchas opciones
para estafar al prójimo!
A mí sólo me queda el derecho al pataleo, a que mi experiencia
como víctima de atraco y depredación, una entre un millón de las que suceden
cada día con la complicidad de su compañía, no quede silenciada entre las
cuatro paredes de mi hogar.
¡Me han robado y se han burlado de mí al hacerme creer
que iban a solucionar mi problema! Pues bien, desde la sangre gitana que creo
que tengo, les voy a echar una maldición. A los ladrones y cómplices de los
timos que se suceden cada día, les deseo que al menos una vez en la vida se
sientan tan desprotegidos y humillados como me he sentido yo. Sólo probando de
su propia medicina podrán saber lo amargo que es el jarabe.
Y para que funcione, las palabras mágicas de mi amiga
Ana: “Los vea cagados, y con el agua lejos”
Moraleja: si quieres amabilidad, no elijas Iberia.
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