miércoles, 31 de julio de 2013

En Una Esquina Del Corazón



Nota: Este relato ha sido galardonado con el premio Ediciones Red Literaria de la Plata, Argentina.  El próximo Septiembre será publicado.

–Buenos días, mi amor –se inclinó sobre la cama y la besó en la frente–. ¿Cómo estás hoy? Es diecinueve de abril, un día muy especial ¡Felicidades! Es nuestro aniversario y mi cumpleaños. ¿Te acuerdas?
Dejó la pregunta en el aire y se sentó en la cama.
–Yo, como si hubiera sido ayer. ¿Cuántos teníamos? Tú veinte, y yo veintidós. ¡Ay que lejos! Paseábamos por el parque, hacia arriba y hacia abajo, hacia abajo y hacia arriba, y tu hermana nos vigilaba, para que no me pasara de la raya –soltó unas carcajadas ante la inocencia de los comportamientos y continuó–. En unos pocos días sería mi cumpleaños, y tú, como siempre, soñadora e imaginativa, me dijiste: Ramón, si pudieras escoger el regalo que quisieras de entre todos los del mundo sin importarte cual sea el precio ¿Qué querrías? –Se rascó la cabeza pensativo– Creo que no tardé ni dos segundos en contestar –fijó los ojos en los de su esposa y respondió– a ti, Carmela. De entre todas las cosas que hay en el mundo, una y mil veces me quedo contigo. Durante estos cincuenta años de matrimonio, has llenado todos y cada uno de los rincones de mi alma, has sabido sacar lo mejor y lo peor de mí mismo, y me has mejorado, moldeado, completado, respetado. Tú eres la mejor decisión de mi vida.
Las lágrimas comenzaron a inundar sus ojos, se las secó con el dorso de la mano, e hizo volar su mente hacia paisajes más alegres.
–No te esperabas mi respuesta, aún puedo ver tu cara, y te pusiste hasta nerviosa, pero tus ojos me dijeron que también te quedabas conmigo. Entonces sentí que estábamos solos, en medio del parque, abrazados por la naturaleza, me hinqué de rodillas y te pedí que fueras mi esposa ¿Te acuerdas? Impulsiva como siempre, dijiste que sí antes de que terminara la frase, y te arrodillaste conmigo, tiñendo de amarillo albero los bajos de tus enaguas ¡Qué loca! Siempre me hacías reír. Al año, nos casamos, el día de mi cumpleaños. Me gusta mucho hacer memoria, no quiero que se me pierda ninguno de los momentos que hemos pasado juntos.
La miró, y sacó sus ensoñaciones por la ventana de la habitación. Una radiante mañana de primavera intentaba entrar por los visillos.
–Hemos pasado momentos buenos y malos. Creo que de los peores fue cuando tuve que emigrar a Alemania. ¡Qué frío Carmela! ¡Me dolían hasta las orejas! Pero lo que más me dolía era la distancia ¡Cuánto os eché de menos! A ti y a las niñas. Me acuerdo que cuando me fui, Mari Carmen tenía cuatro años, y la chica, aun no había nacido. Se te empezaban a notar las formas, cinco meses de embarazo, y tú, jurabas y perjurabas que iba a ser un niño, pero te equivocaste, era Beatriz –bajó la cabeza entre dolido y arrepentido–. No pude verla nacer, cuando la conocí tenía ya ocho meses, tan gorda, tan bonita… era tu vivo retrato. Esos doce meses me pesaron como doce años, como una condena, y eso que ¡Tú sabes! Del pueblo salimos un autobús completo y quieras que no, con los paisanos se aliviaba un poco la tristeza ¡Qué dura es la distancia! Y ¡Qué mala era el hambre! Pero no hay que lamentarse, gracias a que me fui, pudimos pagar la casa. Cuando uno está lejos, se da cuenta de la cantidad de cosas que echa de menos, cosas que no se me hubieran pasado ni por la cabeza ¿Sabes qué era lo que más extrañaba, Carmela? –Preguntó clavando pupila con pupila– Esa manera tuya tan andaluza de morderte el labio de abajo. Tiene gracia ¿Verdad? –Dijo sonriendo– Me molesta que te enfades, que discutamos, que nos alejemos por banalidades y tonterías, y sin embargo, cerraba fuerte los ojos para imaginarte, con tu delantal blanco, los brazos en jarra y ese pellizco voluntario en tu boca. ¡Ay mi vida! –Dijo levantando su mano para besarla– ¡Es que tú estás guapa de todas las posturas! Pero también echaba de menos tus guisos, ¡La culpa la tenías tú por tener tan buena mano! En noviembre me acordé del olor a carne fresca y especias propios de las matanzas de nuestro pueblo, y de tus choricitos recién hechos, metidos en un pedazo de bollo; en diciembre de los buñuelos; en marzo, de esas tortas de almendras y ajonjolí que te pasabas horas amasando y friendo en el tragante; en cuaresma del potaje de garbanzos con bacalao y las torrijas, en verano de los gazpachos… Por las noches, cuando me acostaba en la cama, te imaginaba de espaldas, con tu pelo recogido en la nuca, pegada a los fogones, canturreando mientras aderezabas o movías la comida ¿Puedes creer que hasta me llegaba el olor de las ollas? Pero lo mejor del viaje no fue que pudiéramos comprar estas cuatro paredes –añadió paseando la vista por la habitación–, sino volver. Poder escuchar de nuevo las campanas de la iglesia llamando a misa de ocho, pasear cogidos del brazo por la plaza principal, escuchar las risas y los llantos de mis niñas, poder mirarte, a escondidas, sin que te dieras cuenta, mientras caminabas, trajinabas, sonreías, te enfadabas… y acercarme para romper la magia, y olerte, abrazarte, sentirte. Lo mejor de todo, lo mejor de mi vida… –la emoción le cerró la boca, le nubló la mirada, y dejó la frase rondando los oídos de Carmela– lo mejor de mi vida siempre has sido tú.
Se secó las lágrimas y se recostó al lado de su amada. Mientras le acariciaba el pelo, le siguió contando.
–Has sido la mejor madre del mundo, la mejor esposa, la mejor amiga, la mejor amante. Contigo Carmela, me saqué la lotería. Lo bien que te has administrado siempre. De lo que yo ganaba en Alemania, me quedaba con cuatro perras mal contadas, para tabaco, y el resto te lo mandaba, para que tú lo emplearas como mejor te pareciera, y que no pasaras necesidades, ni estrecheces. Pero… ¡Qué apañada eras, como un jarrillo de lata! Vendías dulces de temporada para la calle, con cuatro retales vestías a las niñas de punta en blanco, y casi todo lo ahorrabas. Aún recuerdo la alcancía que tenías escondida detrás de la pileta, con los durillos que te llegaban. Esa costumbre no se te quitó nunca ¡Todavía hay euros ocultos por ahí! El otro día la encontré, en la misma caja donde guardamos nuestras cartas, las que nos escribíamos cuando la distancia nos hería el alma. Nos llamábamos los primeros martes de cada mes. Doce llamadas hice, ni una más ni una menos. Yo te marcaba desde la fábrica, con todo ese ruido de maquinarias y operarios de fondo, y tú me esperabas impaciente en casa de Sagrario, que te daba permiso de recibir las conferencias. ¡Cómo me gustaba escucharte! Apenas unos minutos de conversación, tonta, absurda, ridícula y repetitiva: ¿Y las niñas? ¿Y tú? ¿Te hace falta algo? Ya falta menos, cariño. Te quiero mucho. Besos para mis princesas. Tú me preguntabas por la comida, y la salud, y contestabas: yo también, igualmente. ¡Cuántas cosas se me quedaban en el tintero! ¡Cuántas palabras prisioneras, por el tiempo, el dinero y la timidez! Esos martes siempre me dormía llorando, por la impotencia de lo que no te dije, de lo que callé. Cogía las hojas de papel con fuerza, y en ellas me desgarraba el alma, desnudando mis sentimientos, mostrándome frágil, temeroso e inseguro. Después las rompía, y te escribía cartas ligeras, llenas de sentido del humor y confidencias simples: que si Fulano dijo, que si Mengano hizo, pensaba que si te hacía saber lo que yo vivía aquí, tú me sentirías más cerca. Cuando en la fábrica repartían la correspondencia, me sudaban las manos, siempre me ponía el primero en la fila, impaciente, ansioso, enamorado, y ahí estabas tú, vestida de letras redondas, perfumadas de carbones y guisos, para contarme de mis hijas, de ti, de mi verdadera vida.
Se giró en la cama, para mirar al techo, conservando dentro de su mano, la de Carmela.
–Vivimos dos lunas de miel: una cuando nos casamos, y otra cuando regresé de Alemania. He grabado en mi memoria todas y cada una de las veces que nos hemos amado, cada una de las caricias que compartimos, los suspiros que nos regalamos, y los besos que nos dimos. ¿Te acuerdas del primero? Yo sí. Parecíamos dos hojas abandonando los árboles en otoño: temblorosas, inseguras, frágiles, desorientadas. Pero me supo a Gloria Bendita, tan dulce, tan cálido, tan vivo, tan tú. Cincuenta años llevamos casados, y otros cincuenta pasaría contigo, hasta que Dios nos lleve para el otro mundo, juntos, de la mano, para siempre.
Se giró, se colocó sobre el cuerpo de Carmela, cerró los ojos y la besó en los labios. Con su mente voló a tiempos más felices, cuando eran jóvenes, cuando estaban completos. Como siempre las lágrimas se resbalaron por su cara, y se posaron en la de su esposa. Separó sus labios y la besó en el rostro, bebiéndose la sal de su cara. Al mirarla, también la encontró llorando. En el fondo de Carmela brillaba una luz, manaban de ella lágrimas llenas de vivencias, de pasión, de sentimientos.
–No llores mi niña, no seas tonta. Te quiero con toda mi alma y siempre te querré. ¡No llores que me pongo triste! Anda cariño, mejor échame una sonrisita de las tuyas –dijo secándole la cara.
Ramón tenía la garganta apretada y los ojos anegados de alegría. A pesar del viento, cruel, mezquino y desafortunado, que le arrancara a Carmela, sin compasión, sin piedad, sin miramientos, los rincones de su memoria, algo aún se guardaba en una esquina del corazón: el amor que le tenía a él, a su esposo. Sentirla viva por una instante, era su regalo de aniversario, y ayudarla a recordar, el de Carmela. Permanecieron así, abrazados, nostálgicos, mudos, felices. El corrosivo tiempo les había dado una tregua.


sábado, 13 de julio de 2013

Del Idioma de Don Miguel de Cervantes

Querido y amado esposo,

Te escribo estas líneas con el firme propósito de pedirte una disculpa. Como bien sabes, hablo el idioma de Don Miguel de Cervantes Saavedra, que no es exactamente español, y aunque los dos compartimos fonemas y giros lingüísticos, la semántica, los usos y las costumbres, son otra historia. Si alguna vez mi discurso te parece soez y descarado, créeme que lo siento, no es mi propósito ofender, ni faltar a la honra de nadie, más sí comunicar. Sin más dilación te remito a que leas mis líneas, pues sólo de esta forma tan sencilla, llegaremos a acercar nuestros mensajes y quizás, quien sabe, a entendernos.

Comunicación.- Proceso mediante el cual dos agentes que comparten el mismo repertorio de signos y reglas semióticas comunes, interactúan. Comunicar es algo más que transmitir información, requiere de empatía, es decir la capacidad para ponerse en el lugar del otro e interpretar el significado de su discurso desde el punto de vista de quien habla. Es tan importante lo que se dice, como la manera en que se dice.

Si el camino más corto entre dos puntos es la línea recta… ¿Por qué el camino más corto entre dos discursos no es la palabra correcta? O al menos eso es de lo que tú me intentas convencer algunas veces. Y… ¿A qué viene todo esto? Te refresco la memoria. El otro día en el supermercado, al chico que estaba empaquetando las compras le dije…
–Te cojo unas bolsas y así terminamos antes.
Tú, con todo el timbre de voz de barítono que Dios te ha dado, y lo suficientemente alto para que lo escuchara el muchacho, la cajera, y todos tus paisanos que hacían cola para pagar, bramaste:
–¡No digas coger, di agarrar!
A lo que yo respondí –Como el muchacho no es sordo, ya se habrá dado cuenta por mi acento, que no soy de aquí.
Eso fue lo que dije, ahora te voy a contar todo lo que callé: Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en el que se recoge no sólo las definiciones del idioma de Don Miguel, sino todos aquellos giros lingüísticos aceptados de las diversas variantes latinoamericanas, te paso a decir que “coger” significa:
  1. Asir, agarrar o tomar.
  2. Recibir en sí algo.
  3. Recoger o recolectar algo.
  4. Tener capacidad o hueco para contener cierta cantidad de cosas.
  5. Hallar, encontrar.
  6. Descubrir un engaño, penetrar un secreto.
  7. Captar una emisión de radio o de televisión.
  8. Tomar u ocupar un sitio o una cosa.
  9. Sobrevenir, sorprender.
  10. Alcanzar a quien va delante.
Y así hasta veintidós definiciones no coloquiales de la palabra coger (véase RAE). No es hasta la última, hasta la número 22, cuando aparece la siguiente acepción: Dicho del macho de determinadas especies: cubrir a la hembra.
Y yo me pregunto ¿Se refiere al macho de la especie mexicana? Resumiendo: hay 22 definiciones de la palabra, yo me quedo con las 21 primeras y tú sólo con la última, interpretando que perteneces a esa misteriosa especie. A mí me parece que a la vista de los acontecimientos, a lo mejor yo no estoy tan mal, y tú tienes la mente un poco sucia, enlamada, obsoleta, angosta, atrofiada, putrefacta (lo digo sin acritud). Además, volviendo al tema que originó el debate, después de tu llamada de atención, fijé la vista en los pantalones del muchacho y no atisbé ningún amago de bajárselos.
Seguimos ¿Qué son las chichis? Según mi fuente es la forma coloquial de llamar a la vulva ¿Por qué señalan ustedes más arriba? ¿Qué es eso de “bubis”? No parece en el diccionario español ¿Qué problema hay con la palabra “tetas”? Las dos tienen cinco letras. La diferencia es que la primera no existe en nuestro idioma y la segunda significa: cada uno de los órganos glandulosos y salientes que los mamíferos tienen en número par y sirven, en las hembras, para la secreción de leche. ¿Te parece ordinaria la definición? A mí, no. Pero no te preocupes, si no te gusta, hay alternativas: tenemos “pechos” y los siempre poéticos “senos”.
Tengo otra definición:
Culo.- Conjunto de dos partes carnosas que ocultan el ano, o lo que es lo mismo: nalgas.
Si tú, cuando lo escuchas, te imaginas otra cosa “no es mi pedo”, recurre al diccionario. Y hablando de pedos, ¿Qué es eso del pun, de las popos, de hacer del uno o de hacer del dos? ¿Tú te imaginas que yo hubiera tenido que explicarle al urólogo pediátrico el problema de nuestro hijo Marco con este tipo de vocablos?
–Mire usted Doctor, que a mi hijo le duele hasta arriba de su cosita cuando hace del uno. Pero no sólo eso, sino que también se queja de comezón, en la parte por donde sale el dos. Usted me entiende...  sí, donde acaban los punes y las popos.
Me imagino las dudas del profesional del aparato excretor:
¿Qué cosita?
¿Qué está numerado con el uno? ¿Y con el dos? ¿Esta usando una clasificación ascendente o descendente con respecto a lo que parecen ser orificios de salida?
¿Qué es el pun? ¿Tendrá relevancia médica que la madre haya calificado a las ventosidades como punes, y no como pffffffes, o como tarrrrrrrrrratatas?
Afortunadamente fui más concisa:
–Mire usted Doctor, mi hijo se queja de dolor en el glande al orinar, dolor que a los pocos segundos se extiende hasta el recto.
El doctor, lo vio claro, no tuvo duda, y es que el idioma de Cervantes tiene para todos.
Aún así, cariño mío, créeme que lo intento. El otro día al ir de camino a la escuela de verano, Marco tuvo una urgencia, y como andaba un poco suelto de la panza me di prisa en llegar, para no tener que lamentar las consecuencias. Mientras estacionaba, iba pensando las palabras a utilizar, para no ser grosera.
–Le voy a decir, que Marco necesita ir al baño porque se hace del dos, pero que como está recargado, a lo mejor sólo son punes, pero aún así mejor que lo acompañe y se cure en salud –pensé.
Apago el motor, bajo a Alejandro y cuando veo la cara del pequeño, me lo encuentro constreñido, sudoroso y de un color verde aceitunado. Lo cojo de la mano, lo lanzo para la monitora y digo: “corre, caca”. ¡Si vieras lo bien que me entendió! No tuve que aclarar ni media palabra.
Pero bueno, con todo esto no pretendo convencerte que te pases al núcleo duro del castellano. La gracia de nuestro idioma viene de su riqueza, tanto de vocablos como de significado. Si todos habláramos parejos ¿Qué encanto tendría el acento mexicano para los españoles, o el español para los mexicanos? No voy a dejar de hablar como lo hago, tampoco lo hagas tú, por favor, pero intentemos respetar y así llegar a un entendimiento.
Espero que esto no te jod… demasiado, sólo lo he escrito para que no me andes ching…
Por último, y ya que la cosa va de confesiones, tengo algo más que decirte. Creo saber por qué se rompió la puerta de la cajuela. Fue el día de la caca de Marco, en Naturales. Puse marcha atrás después de dejar a mis niños, y ese preciso instante, fue el elegido por una hermosa columna color crema para emerger desde el pasto. El maletero la miró, ella le sonrió coqueta, el amor hizo el resto, y antes de que me pudiera dar cuenta, se habían fundido en un apasionado beso. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos por separarlos, pero la vida es dura, y a veces nos aleja cuando nuestra intención es acercarnos. Sin nada más que decir, se despide tu fiel y amorosa esposa.

Rebeca

miércoles, 3 de julio de 2013

Las Bolsas de Basura

La infancia es sin duda la etapa más complicada de la vida de las personas. Durante la misma, la cabeza se llena de preguntas para las que a menudo no hay respuesta. Además se produce una inevitable batalla contra el Estatus Quo, que quien más y quien menos, hemos librado con nuestros padres.
–¿Y por qué?
–Pues porque yo lo digo y soy tu madre, así que ¡A callar!
El desencadenante de este cierre de conversación varía de un caso a otro, pero en todos ellos es la causa de los traumas infantiles que nos acompañarán durante toda nuestra vida. Cada quien tiene el suyo. Mi marido tiene treinta y cinco años, y no puede desayunar huevos revueltos, ni tomar batido de plátano. Ambos alimentos constituyeron su desayuno durante los 1461 días que duró su licenciatura. Hoy por hoy le dan arcadas nada más nombrarlos.
Ahora España vive una situación de crisis tremenda, quizás la mayor desde que llegó la democracia, pero es que no nos acordamos de cuando éramos niños ¿O si? ¿Quién se acuerda que los cubiletes de los lápices de colores eran latas de tomate frito forradas de papel de regalo con una cinta aislante en el filo para que no nos cortáramos los dedos? ¿Cuántos zapatos tienen hoy en día nuestros hijos? Porque cuando yo era pequeña tenía uno o dos. ¿A quién no le tiñeron de oscuro los zapatos de la comunión para poder usarlos durante el invierno? ¿Quién no ha heredado ropa y pijamas de los vecinos? ¿Quién no ha visto a sus padres jugar al bingo con garbanzos en la casa de los amigos? No había dinero para ir de bares. Yo tenía una caja de lápices Alpino, y hasta que ya no cabían en el sacapuntas, y te dejabas las uñas intentando colorear, no se compraban otros nuevos. ¿Cuántos libros infantiles había en vuestra casa? En la mía el Michu y el Palau. Decididamente los tiempos han cambiado mucho.
Nuestras madres estiraban las pesetas hasta lo innombrable. Nos cosían los vestidos con las sisas de una cuarta y quince centímetros de dobladillo, y desde que una tenía tres años, hasta que le venía la regla, año con año se le sacaba a la bastilla, y todos felices y contentos. No había ropa de temporada, en verano te ponías los vestidos, y en invierno los vestidos con las camisetas interiores debajo. Todo ello por no hablar de las tecnologías que rodeaban nuestras vidas. La primera vez que vi la televisión en color tenía siete años.
–Rebecaaaaaaaaaa, sube que hay una sorpresa.
Lógicamente me gritaba por el patinillo del piso en el que vivíamos. Los niños jugábamos solos en la calle. No era necesaria la supervisión de los adultos. Y allá que fui, con los calcetines de croché que te dejaban todos los pies señaladitos. ¡No podía creerlo! Aquello sí que era magia potagia retagia. En la pantalla aparecía Torrebruno, con un vistoso atuendo circense de color rojo sangre. Los niños coreaban –¡Tigres, tigres, leones, leones, todos quieren ser los campeoooooneeees!!!
Mi hermano y yo nos quedamos anclados, petrificados, ante aquel derroche de progreso.
Hoy en día, cualquier niño, antes siquiera de empezar a hablar, ya manejan iphones, ipad, tables, smarthphones, con una soltura que nos deja pasmados, turulatos. Son otros tiempos. Pero igual que ayer, hoy, las madres y los padres les causaremos algún trauma que recordarán de por vida, el tiempo nos dirá cuál.
Cuento todo esto, para justificar un poco la crueldad de mi madre. Mi trauma tiene que ver con las bolsas de basura. Hoy en día las hay verdes, moradas, blancas, perfumadas… en mis tiempos sólo había negras. Igual que hoy, ayer, los niños, durante la etapa escolar nos disfrazábamos muy a menudo, pero no había tiendas de veinte duros.
Que llegaban los carnavales…
–Mamá ¿De qué me voy a disfrazar?
–De conguito.
Leotardos negros, chaleco de cuello vuelto negro, cara pintada de negro, hueso de pollo entremetido por la cola, y a modo de falda… bolsa de basura negra en la que había pegado manchas blancas recortadas de un folio.
En la celebración de fin de curso…
–Mamá ¿De qué me voy a disfrazar?
–De punky.
Media negras, maillot negro, pelo perfectamente cardado pintado de colores, e imitando una falta de cuero… una bolsa de basura negra sujeta con dos vueltas de algún que otro cinturón de mi madre.
Carnavales siguientes…
–Mamá ¿De qué me voy a disfrazar?
–De hormiga.
Leotardos negros, chaleco de cuello vuelto negro, diadema con antenas negra, y… la maldita bolsa con tres agujeros, uno para la cabeza y dos para los brazos.
Otro fin de curso…
–Mamá ¿De que…?
–De Alaska.
De las medias negras ya se me salían los dedos de lo pies, encima de las mismas me tuve que poner unas bragas para evitar que se me cayeran. Esta vez el diseño de la maldita bolsa imitaba un traje de cuero con un hombro al descubierto y el otro no. En pleno junio cuando se celebraba la fiesta, ese plástico negro me hacía sudar por sitios que yo no sabía que tenían poros.
Verano: cumpleaños de Leticia…
–Mamá y ahora ¿Dónde me toca ponerme la bolsa de basura?
–En las piernas hija, de falda, te voy a disfrazar de Fama. Te pones una camiseta de colores, mis pendientes hippies, un pañuelo en la frente, una cola al lado y ¡Ya verás! ¡Vas a estar perfecta!
¡Qué perfecta ni que siete leches! Estaba hasta las narices del dichoso plástico negro con olor a reciclado. Después de llorar en una esquina, terminé en bragas, cualquier cosa antes que la bolsa. Me había hecho una promesa a mí misma: nunca más me disfrazaría con una bolsa de basura.
A medida que se acercaban los siguientes carnavales, me fui poniendo más y más nerviosa, hasta que un día mi madre me preguntó.
–Rebeca ¿Qué te pasa?
–Nada mamá.
–Nada ¿Cómo va a ser? Estás triste y enfadada, algo te pasa, dime.
Viendo el derroche de comprensión me lancé al agua.
–No quiero ir a los carnavales.
–¿Y eso?
–No quiero ir, no me quiero disfrazar.
–¡Pero si te encanta disfrazarte!
–Sí, pero como el resto de mis amigas, de princesa, de caperucita, de india, pero no vestida con bolsas de basura.
El silencio se hizo entre nosotras, ella bajó la cabeza y pareció recapacitar –Está bien, ya veremos qué podemos hacer.
–Pero con bolsas de basura NO.
–No te preocupes, esta vez será distinto.
Me quedé bastante más tranquila. Cuando llegó el día la impaciencia me consumía por ver mi disfraz. Toda una parafernalia estaba montada alrededor de mi sorpresa, a la hora señalada pasé al cuarto para descubrirla, y allí estaba. Leotardos amarillos, un moño del mismo color para el pelo, y … una enorme caja de cartón forrada de papel charol rojo, la de la tele en color, donde vi a Torrebruno. A la caja le habían hecho otros tres agujeros: uno para mi pobre cabeza y otros dos para mis resignados brazos. ¡Iba vestida de paquete regalo! Durante la fiesta no pude andar con soltura, ni sentarme, ni ir al baño, ni siquiera pude pegar mis extremidades al cuerpo durante las seis horas que duró la celebración, y de repente tuve una visión. Me vi vestida de televisor, de tetrabrick de leche, de enorme caja de galletas, de cohete espacial y de quien sabe qué tantos ingenios fabricados con cajas de cartón. Llamé a mi madre urgentemente.
–Dime hija.
–Mamá, quiero que sepas una cosa.
–¿El qué?
–De ahora en adelante…–me iba a traicionar a mí misma– me puedes seguir disfrazando con bolsas de basura.
Dicho y hecho, después de aquello tuve disfraces de vampiresa, de Madonna, de la bruja Avería, de regaliz gigante, y todos ellos sin excepción, con mi inseparable complemento: las malditas bolsas negras.
Así que ahora, cuando siento los azotes de la crisis, me acuerdo de aquellos momentos, y sonrío feliz al saber que me alcanza el salario para disfrazar a mis hijos sin los depósitos de los desperdicios.



sábado, 15 de junio de 2013

Don Enrique

Con 55 años y los mismos kilos de peso, a veces Don Enrique me recuerda a mi padre. Los dos son flacos y chaparros porque no han tenido tiempo para pararse a engordar o a crecer. A ninguno se le paran las moscas, ni les crecen telarañas. A veces, les pasa como a los dibujitos animados, que las piernas se les vuelven circulares por el efecto del movimiento. Los dos tienen buen son, buena vibra. En estos aspectos,

¿Cuánto vale tu vida?

¿Te has puesto a pensar alguna vez cuánto vale tu vida? Pues piénsalo.
Ayer a medio día después de la hora de la comida, mientras recogía la cocina, me puse a hablar con Raquel.
-¡Ay Raquel! Tengo mal cuerpo.
-¿Qué es eso?- Ya saben, mismo idioma, diferentes usos.
-No sé, estoy como triste, tengo pena.
-¿Y eso por qué será Rebe?
-Pues, como me paso el día matando a gente y describiendo

viernes, 12 de abril de 2013

Las Plagas del Apocalipsis


Una vez escuché en la tele que si pesáramos por un lado todos los insectos del mundo, y por el otro los animales, el tonelaje total de los primeros duplicaría al de los segundos. No sé si esto es verdad o mi imaginación lo ha exagerado, pero lo que sí estoy en condiciones de certificar es que en México se cumple esta norma.
Aquí sola, mis niños dormidos, mi marido trabajando, nadie en más de tres kilómetros a la redonda… ¡No puedo escuchar el sonido de las teclas del ordenador por el zumbido de los insectos! Si Dios hubiera sido mexicano, hubiera tenido más imaginación

lunes, 14 de enero de 2013

Has Elegido Amabilidad, Has Elegido Iberia




Este fue durante un largo periodo de tiempo el eslogan de la compañía aérea española por excelencia. Nada más lejos de la realidad.

El pasado día nueve de enero volé de México DF a Sevilla, con escala en Madrid. Una serie de circunstancias: yo no tenía candado, mi suegra no tenía plástico de envolver maletas, en el aeropuerto no tenían las bridas necesarias para asegurar las cremalleras, etc. Hicieron que mi equipaje volara sin haber extremado las medidas de seguridad. Le trasmito mi preocupación al señor